Inicio de la guerra (1810-1811)
La etapa de inicio de la Guerra de Independencia de México corresponde al levantamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla. Descubiertos por los españoles, los conspiradores de Querétaro no tuvieron otra alternativa que ir a las armas en una fecha anticipada a la que planeada originalmente. Los miembros de la conspiración se hallaban sin una base de apoyo en ese momento, por lo que Hidalgo tuvo que convocar al pueblo de Dolores a sublevarse en contra de las autoridades españolas el 16 de septiembre de 1810. Los insurgentes avanzaron rápidamente hacia las principales ciudades del Bajío y luego hacia la capital de Nueva España, pero en las inmediaciones de la Ciudad de México retrocedieron por orden de Hidalgo. Los siguientes encuentros entre los insurgentes y el ejército español —llamado realista— fueron casi todos ganados por estos últimos. Los desencuentros entre Hidalgo e Ignacio Allende, que estaban a la cabeza de la insurgencia, aumentaron después de las derrotas.
Los sublevados tuvieron que huir hacia el norte, donde esperaban encontrar el apoyo de las provincias de esa región que también se habían lanzado a las armas. Los líderes de la insurgencia fueron capturados en Acatita de Baján (Coahuila). Una vez arrestados fueron conducidos a Chihuahua. En esta ciudad fueron fusilados Hidalgo, Jiménez, Allende y Aldama, cuyas cabezas fueron enviadas a Guanajuato para que fueran expuestas en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas.
La conspiración de Querétaro y el Grito de Dolores
Ignacio Allende y Mariano Abasolo estuvieron entre los simpatizantes de los conjurados de Valladolid. Cuando ésta fue descubierta, organizaron una nueva conspiración que tuvo su sede definitiva en Querétaro. Las reuniones se realizaban de manera clandestina en casa del corregidor, Miguel Domínguez. Allende estaba al frente de los conjurados, entre quienes se econtraban el propio corregidor, Miguel Hidalgo y Costilla, Juan Aldama y Josefa Ortiz El grupo de conjurados buscaría en primera instancia la destitución de los españoles en puestos de gobierno, apoyados por un levantamiento que iniciaría el 1 de octubre.
La conspiración fue denunciada el 9 de septiembre por José Mariano Galván. Otras denuncias llegaron a oídos del comandante Ignacio García Rebolledo, que dispuso el cateo a la casa y la aprehensión de los hermanos González. Josefa Ortiz envió como mensajero Ignacio Pérez para avisar a los conspiradores en San Miguel el Grande, después fue presa en compañía de su marido y otros conspiradores.
El aviso de la Corregidora llegó a Juan Aldama, y fue él quien lo llevó hasta Dolores el 16 de septiembre. Con ayuda de presos que liberaron de la cárcel, los insurgentes capturaron al delegado Rincón y se dirigieron al atrio de la iglesia. En ese lugar, Hidalgo convocó a los asistentes a levantarse contra el mal gobierno, en un acto que es conocido como Grito de Dolores y se considera el inicio de la guerra por la independencia mexicana. Al paso de los días algunos de los presos de Querétaro fueron puestos en libertad, aunque otros sufrieron el destierro.
Campaña militar
Campaña de Hidalgo
A partir de Dolores, el movimiento encabezado por Hidalgo se movió por varios puntos del Bajío, una de las más prósperas regiones de Nueva España. El número de tropas es desconocido. En Atotonilco tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que es considerado emblema del movimiento.[82]
En las poblaciones del oriente de Guanajuato se unieron al contingente mineros y peones de haciendas aledañas, mal armados y entrenados. Cuando llegaron a Celaya el 21 de septiembre de 1810, los insurgentes podrían haber sumado veinte mil hombres. Celaya fue saqueada por los insurgentes, aunque Aldama y otros soldados de carrera intentaron inútilmente contener a la masa. Tras este episodio, Hidalgo fue proclamado "Capitán General de América" por encima de Allende, que tuvo el rango de teniente general.[83] Después de apoderarse de Salamanca, Irapuato y Silao; el ejército insurgente llegó a Guanajuato el 28 de septiembre. A pesar de las simpatías que despertó inicialmente, el movimiento de Hidalgo fue mal visto por las clases medias y altas, pues los líderes eran incapaces de contener a su tropa. Por el mismo motivo comenzaron a hacerse más visibles las diferencias entre Allende e Hidalgo.
El apoyo a los insurgentes en Guanajuato era evidente. El intendente Riaño se parapetó con su tropa en la alhóndiga de Granaditas —uno de los edificios más fuertes de la ciudad— y envió cartas solicitando apoyo militar al virrey Venegas, a la Real Audiencia de Guadalajara y a Félix María Calleja, jefe de las tropas realistas de San Luis. La ayuda no llegó. Por su lado Hidalgo, antiguo amigo de Riaño, solicitó la capitulación del intendente, pero éste se negó y fue uno de los primeros en morir.[86] Después que «el Pípila» incendió la puerta principal, Hidalgo y los insurgentes tomaron la alhóndiga.[87] La ciudad fue saqueada nuevamente, hasta que Hidalgo emitió condena a muerte para los responsables.
En respuesta al avance de los insurgentes, el virrey Venegas publicó un bando ofreciendo una recompensa de diez mil pesos por las cabezas de los líderes de la insurrección. Félix María Calleja y Roque Abarca se pusieron en marcha para cercar la rebelión. Por su parte, el obispo de Michoacán Manuel Abad y Queipo publicó un edicto de excomunión contra Hidalgo y sus seguidores. El 13 de octubre de 1810 Bernardo de Prado y Obejero ratificó la excomunión y la hizo extensiva a todo aquel que aprobase la sedición, recibiese proclamas, ayudase a los insurgentes o que mantuviese comunicación con ellos.
Hidalgo inició el avance por otras ciudades del Bajío el 8 de octubre de 1810. A su paso se sumaron más personas y llegó a tener reclutados hasta sesenta mil hombres.[90] Los insurgentes se dirigieron a Valladolid (Michoacán) y en Acámbaro apresaron a Diego García Conde, enviado a defender la capital michoacana. Agustín de Iturbide contaba con sesenta hombres para defender Valladolid pero, teniendo noticia del número de los insurgentes, rechazó el ofrecimiento de Hidalgo para unirse a la tropa y abandonó la ciudad, seguido por el obispo Abad y Queipo. Valladolid fue tomada pacíficamente el 17 de octubre.[91] El aumento del número y desorden del ejército provocaron algunos roces entre Hidalgo y los militares de carrera. En Acámbaro, Hidalgo recibió el grado de Generalísimo de América y Allende, de Capitán General.
Los insurgentes avanzaron hacia el valle de México. Para hacer frente a la rebelión, el destacamento de Torcuato Trujillo realizó reconocimientos en el área de Ixtlahuaca, pero ante el avance del numeroso ejército de Hidalgo, decidió reforzar a Mendívil en Lerma y el puente de Atengo. Los rebeldes avanzaron por Santiago Tianguistenco. El 30 de octubre de 1810 los insurgentes derrotaron a los españoles en el monte de las Cruces, gracias a la estrategia de Abasolo, Jiménez y Allende. Al terminar la batalla, los insurgentes se apoderaron de armas y municiones del ejército realista, cuyos remanentes —incluyendo a Iturbide— huyeron a la ciudad de México. Al día siguiente Jiménez y Abasolo fueron enviados a una negociación fallida con el virrey, que se negó a capitular ante la inminente lleada de refuerzos. Hidalgo optó por volver a Valladolid, decisión que tensó más la relación con Allende y provocó la deserción de la mitad de la tropa.
En el camino a Valladolid, los realistas comandados por Félix María Calleja atacaron a los insurgentes en Aculco. La derrota de éstos últimos debilitó al contingente por las deserciones, la toma de prisioneros y la pérdida de armamento. Tras la batalla, los realistas saquearon la población. Por su parte los insurgentes se dividieron en dos contingentes, Allende marchó con la mayoría a Guanajuato y el resto siguió a Hidalgo hacia Valladolid. Teniendo en cuenta la situación, los insurgentes se dividieron y el grueso de las tropas se volvió —con Allende a la cabeza— rumbo a Guanajuato; mientras apenas un puñado regresó con Hidalgo a Valladolid. Allí, el Generalísimo obtuvo el apoyo financiero de la Iglesia y nuevas adhesiones.
Hidalgo se dirigió hacia Guadalajara y no a Guanajuato, como había acordado con Allende. La relación entre ambos se enfrío aún más, pues Allende pensaba que Hidalgo se estaba dejando llevar por la plebe y había olvidado a Fernando VII. En Guanajuato, Allende fue derrotado por Calleja y Flon. Algunos habitantes de la ciudad asesinaron a ciento treinta y ocho españoles presos ante la inminente llegada de los realistas, que habían amenazado con pena de muerte a quien hubiera apoyado a los insurgentes. Este acto desencadenó una matanza ordenada por Calleja, que se complementó con el ajusticiamiento de los sospechosos de sedición. Allende pudo escapar de la masacre y se reunió en San Luis Potosí con Abasolo y Aldama. Más tarde todos ellos se reunirían con Hidalgo.
Mientras tanto Hidalgo seguía en Guadalajara. La intención de Hidalgo era conformar un órgano de gobierno. Con tal propósito nombró a Ignacio López Rayón como ministro de Estado y a José María Chico como ministro de Justicia. Como jefe de este órgano, Hidalgo dispuso la abolición de la esclavitud en el territorio de Nueva España el 6 de diciembre de 1810. Además envió a Pascasio Ortiz de Letona como ministro plenipotenciario ante el Congreso de los Estados Unidos para buscar una alianza militar y económica. En Guadalajara los españoles estaban conspirando para entregar la ciudad al ejército de Calleja. Sin juicio de por medio, Hidalgo ordenó la ejecución de los sospechosos en el cerro de la Bateas con la desaprobación airada de Allende y Aldama.
Ante la inminente llegada de las tropas realistas de Calleja y de José de la Cruz, se celebró una junta de guerra. Allende e Hidalgo propusieron estrategias distintas, pero la decisión final fue de Hidalgo, quien dispuso que Ruperto Mier saliera a detener a las tropas de José de la Cruz. Sin embargo Mier fue derrotado en Urepetiro por el regimiento de Pedro Celestino Negrete. Los insurgentes fortificaron el puente de Calderón y allí se encontraron con el contingente realista al mando de Manuel de Flon y Félix María Calleja. Después de seis horas de combate, los insurgentes terminaron huyendo del lugar y Guadalajara fue ganada por los realistas.[105] Los insurgentes se movilizaron a Aguascalientes. En Pabellón, Hidalgo fue relevado como Generalísimo y Allende condujo a la tropa rumbo al norte para unirse con José Mariano Jiménez que tomó Saltillo después de ganar la Batalla de Aguanueva. La idea era conseguir el apoyo de las provincias septentrionales de la Nueva España y, posteriormente, de Estados Unidos.
Ignacio López Rayón fue nombrado jefe de la insurgencia y volvió con una parte de la tropa a Michoacán, acompañado por José María Liceaga. Los otros líderes y el resto de la tropa siguió el camino hacia el norte, y en su paso por Monclova se encontrarion por primera vez con Ignacio Elizondo, que había sido simpatizante de la insurgencia. Como resultado fue capturado de Pedro de Aranda. El 21 de marzo de 1811 fueron presos en Acatita de Baján (Coahuila) Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez junto con otros miembros más de la insugencia. Los presos fueron fusilados en Monclova, y Chihuahua. Las cabezas de Hidalgo, Aldama, Allende y Jiménez fueron colgadas en las cuatro esquinas de la alhóndiga de Granaditas, permaneciendo a la vista de los habitantes hasta 1821.
Otros focos insurgentes
El movimiento independentista iniciado en Dolores el 16 de septiembre de 1810 fue secundado en otras partes de Nueva España. A principios de noviembre de 1810, José Antonio Torres logró imponerse sobre la poca resistencia que ofrecieron las fuerzas virreinales en La Barca y en la Batalla de Zacoalco. Con una fuerza de veinte mil hombres entró a la ciudad de Guadalajara el 11 de noviembre. Casi de inmediato José María Mercado fue comisionado para tomar las plazas de Tepic y San Blas, objetivos que logró sin disparar un solo tiro el 28 de noviembre y el 1 de diciembre respectivamente. Para diciembre de 1810 se había fortalecido en una parte importante de Nueva Galicia
Los simpatizantes de la insurgencia habían tomado varias ciudades importantes antes de terminar 1810. Rafael Iriarte controlaba León, Aguascalientes y Zacatecas. Luis de Herrera y Juan Villerías ocupaban San Luis Potosí. En Toluca y Zitácuaro estaba Benedicto López. José María Morelos comenzaba su campaña en el sur de Michoacán y México; mientras Miguel Sánchez y Julián Villagrán controlaban el valle del Mezquital al norte de la intendencia de México. Las provincias norteñas como Texas, Coahuila y Nuevo León también se habían sumado a la causa insurgente. José María González Hermosillo inició la rebelión con la Batalla de Real del Rosario en las Provincias Internas de Occidente y José María Sáenz de Ontiveros en Durango, además se efectuaron diversos levantamientos espontáneos dirigidos por sacerdotes y rancheros en muchas partes del virreinato.
La persecución contra los líderes regionales fue tan dura como la que se dirigió contra las principales cabezas de la insurgencia. En enero de 1811, José María Mercado —que operaba en Nueva Galicia— fue derrotado en Maninalco y probablemente se suicidó, pues su cadáver se encontró en el fondo de un barranco al día siguiente. Algunos líderes resistieron la persecución por poco tiempo, como José Antonio Torres, que fue derrotado por Antonio López Merino el 4 de abril de 1812 y ahorcado el 23 de mayo después de un juicio sumario. Otros resistieron y se convirtieron en protagonistas de los sucesos de los años siguientes, como Villagrán y Morelos.
Características del movimiento insurgente de 1810 1811
Entre 1785 y 1786, en Nueva España se había producido una de las crisis agrícolas más grandes de su historia, provocando una hambruna en la que murieron cerca de 300 000 personas. Entre 1808 y 1809 una grave sequía en El Bajío había reducido las cosechas, por consiguiente los alimentos habían cuadruplicado sus precios. Por otra parte, las guerras en Europa habían provocado escasez y desempleo. Ante esta situación los campesinos vieron en Hidalgo a un líder que podría conducirlos a una vida mejor. Fue así que los insurgentes lograron conseguir adeptos rápidamente. Contaba además con los refuerzos que pudieran proveerle Allende y Mariano Abasolo, oficiales del Regimiento de Dragones de la Reina en San Miguel el Grande.
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